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venerdì 23 maggio 2014

DE LA OBEDIENCIA DEBIDA AL CONFESOR



Para llegar al Paraíso es preciso caminar por la senda que a él conduce. Muchos cristianos que tienen fe, pero no tienen costumbres, viven en pecado, sumergidos enteramente en placeres y en los intereses del mundo. Si preguntáis a alguno de ellos: Hermano mío, tu eres cristiano, que crees en la vida eterna, y que hay Paraíso e Infierno eterno; pero, dime: ¿te quieres salvar? Yo te pregunto con las palabras del Evangelio de hoy: Quo vadis? «¿A dónde vas a parar?»Responderá: no lo sé, pero espero que Dios me salvará. Dices bien que no lo sabes; más ¿cómo esperas que Dios te salve, si tu quieres vivir cómo un réprobo? ¿Cómo quieres ir al Paraíso, si andas por el camino del Infierno? Para salvarte es preciso que dejes ese camino, y por tanto, que busques un buen confesor que te guíe por la senda del Paraíso, y que le obedezcas puntualmente. Jesucristo dijo por San Juan: Oves meae vocem meam audiunt: «Mis ovejas oyen la voz mía». (Joann. X, 27). En éste mundo no nos habla ni nos hace oír su voz Jesucristo cara a cara; pero nos ha dejado en su lugar a los sacerdotes, y nos ha hecho saber, que quien los escucha a ellos, escucha al mismo Jesucristo: y que quien a ellos desprecia, a Jesucristo desprecia: Qui vos audit, me audit; et qui vos spernit, me spernit. (Luc. X, 16) Dichosos, pues, aquellos, que obedecen a su confesor, y ay de los que no le obedecen; porque manifiestan con su desobediencia, que no son ovejas del rebaño de Jesucristo. Quiero por tanto manifestaros hoy:



Punto 1º Cuan seguro está de salvarse el que obedece a su confesor.

Punto 2º En cuan grande peligro está de condenarse el que no obedece.
PUNTO 1
CUÁN SEGURO ESTÁ DE SALVARSE EL QUE OBEDECE A SU CONFESOR

1. Gran beneficio nos ha dispensado Dios, dejándonos a nuestros padres espirituales para que nos guíen por el camino de la salvación. Para salvarnos debemos seguir la voluntad de Dios, en todo aquello que exige de nosotros. Pero pregunto: ¿Que es lo que debemos hacer para salvarnos y ser santos? Algunos piensan, que el ser santo consiste en hacer muchas penitencias. Pero si uno estuviese enfermo y quisiese hacer tantas penitencias que le pusiesen en peligro próximo de morir, ese tal, se hará santo de esta suerte? No, antes pecaría. Otros creen que la perfección consiste en orar mucho; pero si un padre de familia abandonase la educación de sus hijos, y se retirase a un desierto a orar, éste pecaría también, porque, aunque la oración sea buena, sin embargo, el padre está obligado a cuidar de sus hijos; y con mayor motivo, cuando puede cuidarlos y orar sin retirarse al desierto. Otros se figuran, que la santidad consiste en frecuentar la santa Comunión, pero si una mujer casada quisiese comulgar todos los días, y el marido se lo prohibiese justamente, porque haciéndolo ella así, resultaba algún daño a la familia, ésta también obraría mal y tendría que dar cuenta a Dios. Y si no, decidme: ¿de dónde nacen todos los pecados que conducen tantas almas al Infierno?. de nuestra propia voluntad. «Cesemos, pues, -dice San Bernardo-, de hacer nuestra voluntad, hagamos la de Dios, y no habrá Infierno para nosotros»: Cesset propria voluntas, et Infernus non erit (S. Bernard. Serm. III, de Resurr.)

2. Pero, dirá alguno: ¿Cómo conoceremos nosotros cual es la voluntad de Dios? Negocio es éste muy dudoso y obscuro para nosotros. Muchos son los que se engañan acerca de este punto, porque la pasión les hace suponer muchas veces que hacen la voluntad de Dios, cuando, en realidad, hacen la suya propia. Más demos gracias a la bondad de Jesucristo, que nos ha enseñado el modo seguro de hacer su divina voluntad en cuanto obremos, expresada en aquellas palabras: Quo vos audit, me audit: «El que oye a su confesor, me oye a mi» Consulte el pecador a su confesor, con propósito de no hacer sino lo que él le aconseje; porque éste es el modo seguro de hacer la voluntad de Dios. Así se explica santa Teresa en su libro de lasFundaciones, cap. 10. Y por eso confesaba la santa después, que por este medio, es decir, por la voz de su confesor, había aprendido ella a conocer y amar a Dios. Hablando san Francisco de Sales de la obediencia que se debe al confesor, refiere lo que decía el venerable de Ávila: «En vano buscaríais la voluntad de Dios, porque no hallaríais sino la humilde obediencia debida al confesor, que tanto recomendaron y practicaron los antiguos cristianos, que fueron modelos de devoción».

3. El que sigue los consejos del confesor, siempre da gusto a Dios, cuando ora, cuando se mortifica, cuando comulga y cuando deja de hacer todo esto por obedecer al confesor. De este modo siempre merece, ora se recree, ora coma o beba, obedeciendo al confesor; porque siempre hace la voluntad de Dios. Por esto dice la escritura: «Mejor es la obediencia, que los sacrificios de los insensatos»; Melior est obedientia, quam stultorum victimæ. (Eccl. IV, 17) Gusta más a Dios la obediencia que todos los demás sacrificios de penitencias, limosnas y otras mortificaciones semejantes. El que sacrifica a Dios sus vestidos, dándolos de limosna; su honor, sufriendo las injurias; su cuerpo, mortificándolo con ayunos y penitencias, le da parte de sí, y de sus cosas; más el que sacrifica su voluntad, sometiéndola a la obediencia del confesor, le da todo cuanto tiene, y entonces puede decir al Señor: “Habiéndoos dado ya mi voluntad, no os puedo dar nada más”.

4. Por consiguiente, la obediencia que prestamos al confesor, es la cosa más agradable que podemos ofrecer a Dios, y la más segura para hacer su divina voluntad. Dice un piadoso escritor, que Dios no nos pide cuenta de lo que practicamos por obediencia. El apóstol San Pablo dijo:Obedite praepositis vestris, et subjacete eis; ipsi enim perviglant, quasi rationem pro animabus vestris reddituri: «Obedeced a nuestros superiores y estadle sumisos, ya que ellos velan, como que han de dar cuenta a Dios de vuestras almas». (Hebr. XIII, 17) ¿Quien ignora, pues, que el confesor es el custodio espiritual, el superior y el encargado de nuestra salvación? ¡Cuánto gimen los confesores cuando los penitentes se resisten a obedecerles con pretextos y excusas injustas! Obedezcamos, pues, sin réplica a los pastores de nuestras almas, y estemos seguros de que será grato a Dios cuanto obremos. San Felipe Neri decía: «Los que deseen aprovechar en el camino de la salvación sométanse a un confesor docto, y obedézcanle como a Dios; quién así lo haga, se descarga de dar cuenta a Dios de sus acciones». Por lo tanto, si tu obedeces al confesor, Jesucristo te preguntará el día del juicio: ¿Porque elegiste tal estado de vida? ¿Por qué comulgaste tan a menudo? ¿Por qué dejaste de hacer aquellas penitencias? Tu le responderás: “Señor, porque me lo mandó el confesor”; y entonces Jesucristo no podrá dejar de aprobar cuanto hiciste.

5. Refiere el P. Marchese (Diar. Domen.) que santo Domingo, en cierta ocasión, tuvo escrúpulo en obedecer a su confesor, y que el Señor le dijo: ¿Quid dubitas obedire tuo directori? Omnia quœ dicit, proderunt tibi. San Bernardo escribe, que «lo que manda aquél que está en lugar de Dios, siempre que no sea manifiestamente malo, debe aceptarse como si lo mandase Dios mismo». (S. Bernard. de paecept. et discipl. cap. 11). Y Juan Gerson refiere, que teniendo escrúpulo de celebrar misa un discípulo de san Bernardo, le mandó el santo que fuese a celebrarla: el discípulo obedeció y quedó libre de los escrúpulos. Pero me dirá alguno: ” Mi confesor no es un san Bernardo”. A esta objeción responde el mismo Gerson con estas palabras: «Yerras tú que me objetas esto; porque no te pusiste en manos de tu confesor porque sea literato, sino porque te lo mandó Dios; y así debes obedecerle, no como quien obedece a un hombre, sino como se obedece a Dios»

6. Escribe san Gregorio, que justamente dice el Sabio en los Proverbios (XXI, 28), que el obediente cantará la victoria: Vir obediens loquetur victoriam. «Porque así como él sujeta su voluntad a los hombres obedeciendo, así se hace superior a los demonios, que fueron sepultados en el Infierno por su desobediencia». (S. Greg. in lib. Reg. cap. 10). Casiano dice también, que «el que doma su propia voluntad, doma al mismo tiempo todos los vicios, porque todos ellos nacen de nuestra propia voluntad». Además el que obedece a su confesor, triunfará de todos los lazos del demonio, el cual muchas veces, pretextando nuestro bien, hace que nos expongamos a las ocasiones de pecar, o que adoptemos ciertos proyectos que nos parecen santos, y pueden ser muy funestos para nuestra salvación. de esta manera suele el enemigo de nuestras almas mover a ciertas personas devotas a que se entreguen a penitencias demasiado rígidas, para que perdiendo presto la salud, las abandonasen inmediatamente, y vuelvan a la vida muelle y ociosa. Eso es lo que suele suceder al que obra según su capricho; más el que se deja guiar por su confesor, no tiene que temer este peligro.

7. También suele el demonio amedrentar a las almas escrupulosas con otro engaño, haciéndolas temer, que pecarán si hacen lo que dice el confesor. Acerca de este punto os diré, que conviene despreciar esos vanos temores; porque todos los doctores y maestros espirituales enseñan, que cuando el confesor nos ha aconsejado alguna cosa, debemos vencer el escrúpulo y obedecerle:Contra illos est agendum, es doctrina de Natal Alejandro, quien, con san Antonio, y Gerson, reprende al penitente escrupuloso que no obedece por vanos temores, y le exhorta a vencer los escrúpulos con estas palabras: Caveas ne dum quæris securitatem, præcipites te in foveam:«Guárdate, no caigas en la trampa que te prepara el demonio, mientras buscas seguridad». Para evitar este lazo, aconsejan todos los maestros espirituales, que se obedezca al confesor, mientras que lo que aconseja no sea manifiestamente malo. Y Dionisio Cartusiano dice, que «en caso de duda, se debe obedecer al superior, porque aunque sea malo lo que mande, no peca sin embargo el súbdito que obedece». Escribe Gerson acerca del particular, que una cosa es obrar contra la conciencia formada por deliberación, y otra obrar contra el temor de pecar por alguna cosa dudosa; y dice que: debemos desechar este temor y obedecer al confesor. En suma, el que obedece al confesor, siempre está seguro de acertar. San francisco de Sales dice, como está escrito en su Vida: «Que jamás se ha perdido aquel que ha obedecido al confesor». Y añade, que «en el camino de la santificación debemos contentarnos con saber que obramos bien en la opinión de nuestro confesor, sin querer indagar más».
PUNTO 2
EN CUÁN GRAN PELIGRO VIVE DE CONDENARSE AQUEL QUE NO OBEDECE A SU CONFESOR

8. Dice Jesucristo, que quien escucha a los sacerdotes, a Él escucha; y quien los desprecia, a Él desprecia (Luc. X, 16). Lo mismo declaró Dios al profeta Samuel, que se quejaba de verse despreciado del pueblo, después que Dios le había encargado que lo gobernase. Dios le contestó:«No te han desechado a tí, sino a mí, para que no reine sobre ellos». (I. Reg. VIII, 7). De cuya contestación se infiere, que quien desprecia al confesor, desprecia a Dios, que le puso en su lugar.

9. San Pablo dice: Obedite præpositis vestris, et subjacete eis… ut cum gaudio hoc faciant, et non gementes, hoc enim non expedit vobis: «Obedeced a vuestros superiores y estadles sumisos, como han de dar cuenta a Dios de vuestras almas, para que lo hagan con alegría, y no penando, cosa que no os sería provechosa» (Heb. XIII, 17). Estas palabras manifiestan, que debemos obedecer al confesor y hacer cuanto nos mandare. Algunos penitentes entran en cuestiones con él, para que ordene lo que a ellos les parece; esto, empero, es contra su propio bien, como dice el mismo san Pablo: cosa que no os sería provechosa: Hoc enim non expedit vobis; porque cuando el confesor advierte que el penitente no le obedece, y que trabaja en vano para hacerle caminar por la senda de la virtud, no quiere dirigirle ya. ¡Ay de aquella nave que se ve abandonada del piloto! ¡Ay de aquel enfermo que se ve abandonado del médico! Porque, ¿que es lo que hace éste cuando el enfermo no quiere obedecerle, o tomar los remedios que le ordena, o come cuanto se le antoja? Le abandona y le deja hacer su capricho. Pero en tal caso, ¿que fin tendrá la salud del enfermo? ¡Ay del penitente que quiera dirigirse a él mismo, y no tiene quien le aconseje y dirija! Porque vendrá a caer en el precipicio. Por eso dice el Eclesiastés:«¡Ay del hombre que está sólo!… no tiene quién lo levante!» Væ soli, quia… non habet sublevantem se. (Eccl. IV, 10).-

10. El Espíritu Santo dice a los que vienen a este mundo: In medio laqueorum ingredieris (Eccl.XI, 20). Los mortales caminamos en este mundo en medio de mil lazos, cuales son las tentaciones del demonio, las ocasiones de pecar, las malas compañías, y las pasiones que nos ciegan frecuentemente. ¿Quién salvará en medio de tantos peligros? El sabio dice, que está seguro el que se libra de esos lazos: Qui cavet laqueos securus est. (Prov. XI, 15) Más ; ¿cómo los evitará? Si hubiereis de pasar noche un bosque lleno de precipicios, sin tener un guía que os dirigiere, y os advirtiere los pasos peligrosos que debíais evitar, sin duda estaríais en gran peligro de perecer allí. Vosotros queréis guiaros con vuestro propio juicio en el camino de la salvación, bosque lleno de precipicios y dificultades. Guardaos, pues, como dice Dios, no sea que vuestras propias luces se conviertan en tinieblas: Vide ergo, ne lumen quod in te est, tenebrae sint. (Luc. XI, 35). Aquella luz, aquel don de consejo que tú crees poseer, será tu ruina, porque quizá te conducirá a derrumbarte en algún precipicio.

11. Dios quiere que en el camino de la salvación nos sometamos todos a la voluntad de nuestros directores. Así lo practicaron los santos, por sabios que fueran: porque quiere el Señor, que en las cosas espirituales nos humillemos todos y nos sujetemos a un director que nos guíe. Dice Gerson, que aquel que abandona al director que le guía, y quiere vivir y caminar a su antojo, no necesita que le tiente el demonio. Y entonces, viendo Dios que no quiere obedecer a su ministro le abandona para que siga en pos de los deseos de su corazón: Et dimisi cos secundum desideria cordis corum (Psal. XXXV, 23).

12. Está escrito en el libro de los Reyes: Quasi peccatum ariolandi est, repugnare; et quasi scelus idolatriæ nolle acquiescere. (I. Reg. XV, 23). La repugnancia al confesor es como un pecado de magia, y como crimen de idolatría no querer sometérsele. San Gregorio, explicando este texto, dice: que «el pecado de idolatría consiste en abandonar a Dios y adorar al ídolo». Y esto es lo que hace el penitente, cuando desobedece al confesor: por hacer su voluntad, y hace cuanto se le antoja. San Juan de la Cruz (Tratado de las espinas, tomo III, col. 4, § 2, n. 8), nos dice que: «No adherirse a lo que dice el confesor, es orgullo y falta de fe». Y en efecto, semejante negativa equivale a no dar crédito a Jesucristo, quien nos dice en el santo Evangelio: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha»: Qui vos audit, me audit.

13. Si queremos, pues, salvarnos, amados oyentes míos, procuremos obedecer puntualmente a nuestro confesor; para lo cual debemos elegir uno estable, y no estar mudándote todos los días, como hacen muchos. debe, además, ser un sacerdote instruído, con quien conviene hacer una confesión general, que es un medio seguro para reformar enteramente nuestra vida, y no mudar de confesor sin poderosos motivos. Santa Teresa de Jesús dice: que siempre quería mudar de confesor, sentía en su interior una voz que la reprendía más fuertemente que el mismo confesor.



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